HACIA LAS TRADUCCIONES INTELIGENTES
by Maria Strange
El desbordante crecimiento de las comunicaciones internacionales en Internet está suscitando cada vez más el uso de la traducción automática (TA) sin la intervención del traductor humano.
Sin embargo, El avance de Internet y las Redes Sociales no solo ha permitido las comunicaciones a nivel mundial, sino que, en aras de una demanda exponencial de transferencia de información entre fronteras, la traducción se ha convertido en el instrumento que facilita la comercialización mundial de la información y el conocimiento.
Sin duda alguna la labor de un traductor profesional ha sido
mejorada por herramientas de traducción que aplican procesos automatizados y liberan al traductor de tareas repetitivas y mínima creatividad. De hecho, se trata de tareas que una máquina realiza a una velocidad y perfección enormemente más elevada que la que realiza un humano. Sin embargo, el proceso de traducción es el resultado de la compenetración fluida de un conjunto de subprocesos orquestados por el traductor y nunca debe ser considerado solamente el resultado de un subproceso de la traducción o de una suma en serie de varios subprocesos.
La era de la traducción automatizada detona pues en un mercado global saturado de información y contenido que se quiere traducir en tiempo real. Sin embargo, sería obvio esperar que para que la máquina pudiera emular el papel de un traductor humano, sus procesos automáticos de traducción deberían en principio equipararse a aquellos en los que media la inteligencia humana. Por otro lado, quizás debamos preguntarnos si la artificialidad que emplea la máquina en la traducción mediante el procesamiento de enormes cantidades de datos y la búsqueda de patrones, puede asemejarse o quizás aportar otras perspectivas de considerar lo que conocemos como Inteligencia, dando lugar a “traducciones inteligentes” aceptables sin que haya intervención humana. La prueba del Turing Test, propuesta por Alan Turing en 1950 nos hace reflexionar sobre el argumento del grado de inteligencia que despliega una máquina cuando el resultado que produce no se puede diferenciar del resultado producido por el humano. El matemático e inventor Charles Babbage del siglo XIX considerado padre de la informática enfoca su planteamiento no en el reemplazo de la inteligencia humana sino en la labor que ésta realiza para el ser humano.
En principio el desafío que se presenta es como satisfacer esta demanda exponencial que parece exceder la capacidad del traductor humano, pero paralelamente se plantea también la cuestión de cuánta responsabilidad se puede delegar en esa “Inteligencia” de la traducción automática.
Por otra parte, la responsabilidad que se delega en la máquina suele ser medida por la calidad del producto final obtenido. Sin embargo, en muchos contextos comerciales, especialmente en el de la traducción aplicar el criterio de la calidad final puede ser confuso pues suelen existir variantes más allá de las lingüísticas y comunicativas como son coste y tiempo y en última instancia productividad. Además, al igual que no podemos exigir la misma calidad en diferentes tipos de traducciones, no podemos esperar que diferentes traductores automáticos proyecten el mismo tipo de calidad.

